8 nov 2014

Wordvember 8.

Madrid. 8:00 AM. El inspector de policía Ramírez entra en la habitación y empieza a tomar notas.

La cama está desecha, las blancas sábanas revueltas forman figuras y sombras que hablan de una noche y de mil. De besos, de abrazos, de discusiones, de sueños, de miedo y de sudor. El aire huele a pasión, pero también a terror. Pinceladas de sangre por doquier, las paredes son el lienzo de huellas de manos, de rastros de pies. Ropa tirada por el suelo, un montón de ilusiones que ahora acumula polvo. El invisible tic tac de un reloj que se quedó parado en mitad de la noche hace que falte ruido en la estancia. Hay silencio, demasiado.

Una policía entra acompañado de un médico forense y empieza a tomar muestras y comprobar el estado de diversos objetos.

Los cuerpos, apuñalados repetidas veces, parecen gritar al cielo, clamar desesperados por su salvación, quizás por su redención. La expresión de la mujer habla de perdón, de humillación y de vergüenza. La mirada del hombre pide venganza, valentía y arrogancia. El cuchillo, rojo, plateado y negro, descansa sobre la mesilla de noche, esperando para poder hablar. El cuadro frente a la cama aguarda su turno mientras recapitula sobre todo lo sucedido en la última noche.

Dos personas más entran con fundas de plástico para retirar los cadáveres. El inspector Ramírez sigue tomando notas.

El armario está abierto, mostrando tímidamente su interior a todo el que se atreva a acercarse. Los cajones abiertos, las perchas caídas, ni rastro de aquel broche que él le regalo en su tercer aniversario ni del reloj que ella compró en su viaje a Suiza. Sólo un pequeño cuaderno de tapas negras insiste en ser leído. Un diario. De ella. 

El forense termina de recoger sus cosas y se va, no sin antes dirigir una mirada al inspector, que sigue escribiendo en su cuaderno.

Palabras de amor, de frustración, de alegría y de tristeza. Los secretos del alma escritos con boli Bic y letra pequeña y redonda, casi infantil. Las páginas están manchadas, algunas con lágrimas, otras con café, pero la mayoría tienen restos de sangre, quizás de su dueña. La última hoja habla de esperanza, de un deseo, de nervios. Hay un bebé en camino. Él no lo sabe. Ni nunca lo sabrá.

El inspector Ramírez deja de escribir y cierra su libreta antes de guardarla en un bolsillo de su gabardina.

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