5 nov 2014

Wordvember 4.

Había una vez una niña adorable que a todos caía bien. La niña era preciosa, dulce, atenta, cariñosa, el tipo de persona que gusta a todos. Una niña que encandilaba con la mirada, que conseguía todo lo que quería, que siempre era el centro de atención.

La niña era feliz, o al menos eso le parecía a todo el mundo. Su sonrisa iluminaba el mundo, la hacía resplandecer en cualquier situación, por oscura que fuese. Todos buscaban estar cerca de ella, todos querían que una parte de su luz los alcanzase, creyendo que así podrían brillar por su cuenta.

Pero demasiado fuego puede quemar, al igual que demasiada luz puede cegar.

Dentro de la niña, de esa muñeca perfecta que tanto gustaba a todo el mundo, había ponzoña, veneno que la destrozaba, una oscuridad que la iba atrapando. Y al tiempo que la atrapaba, atrapaba a los que estaban cerca de ella, se extendía con rapidez, sin que nadie pudiera evitarlo.

Es por todos sabido que la única forma de acabar con males así, es arrancarlos de raíz.

Un ángel salvador o un diablo pecador, nunca se supo. Alguien terminó con la vida de la niña, se llevó su alma y le dio el descanso que tanto merecía, ese que todos merecen pero que pocos alcanzan. La niña desapareció y con ella los problemas, las envidias, los secretos... Todo lo que su aura ocultaba y que no se podía ver.

Dicen que mala hierba nunca muere...

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