17 abr 2013

Qué bonita es esta ciudad.

Hay paseos cortos, paseos largos, paseos para hacer ejercicio, paseos para contemplar, paseos para conocer, paseos para sentir, paseos para respirar, paseos para soñar y paseos para enamorar.

Aquella tarde, caminar se convirtió en algo más que dar un paso tras otro sin un rumbo fijo. El movimiento de los pies quedó eclipsado por las miradas, las sonrisas, y los pequeños gestos que de tantas formas se podían interpretar.

Las calles acompañaban todas aquellas sensaciones con olores y sonidos alegres. El bullicio típico de una capital y el ruido que producen los turistas al maravillarse con la elegancia del lugar les envolvieron. Cantantes callejeros y risas de niños. Ladridos de perros y bocinas de coche. Una pequeña sinfonía urbanita para componer una obra mayor.

El Sol cayó, suave y sereno. Los tonos cálidos dieron paso a la tibieza de la noche. La oscuridad escondía secretos, pero también reveló otros, quizás más íntimos y profundos. Un puente sirvió de excusa y las estrellas hicieron el papel de testigos. Pocas, pero brillante, observaron con contenida emoción la torpeza de dos personas que compartían más de lo que imaginaban.

Hay paseos que empiezan y acaban en el mismo lugar, paseos con un destino predeterminado, paseos que no llevan a ninguna parte, paseos que nunca acaban, paseos que no llegan a empezar y paseos que están llenos de ilusiones.