Levantó la mirada y la vio, pálida, brillante, sola en la inmensidad de una multitud de estrellas lejanas.
Allí estaba, la Luna, su Luna. Aquella Luna que había iluminado sus noches oscuras y había cubierto de un suave velo sus momentos más íntimos.
Guardiana y protegida, amada y odiada, amiga y enemiga. La Luna era ella y ella era la Luna, se pertenecían la una a la otra y no podían existir la una sin la otra. Unidas por y para siempre.
Bajó la vista hacia el lago en el que mojaba sus pies y vio su reflejo rodeado de aquel gran halo blanco. Era una imagen bella, fruto de una simbiosis perfecta.
Nadie conocía su secreto, nadie sabía que ella era la Luna.