1 oct 2014

La princesa de hielo.

Parecía que la primavera por fin se había instalado en su corazón, que su alma ya respiraba, ya se sentía libre y segura para salir de su escondite. Y así fue, al menos durante un tiempo. El tiempo en el que aquella preciosa hechicera había compartido su tiempo con ella.

La princesa había aprendido a confiar de nuevo, a abrirse, a sentir y a dejarse llevar. La hechicera fue su guía y pronto los senderos de sus vidas se entrelazaron tanto que era difícil distinguir el uno del otro. Quizás fuese aquello lo que atrajo al frío invierno.

Quizás fuese el príncipe de las estrellas, aquel que tanto revuelo causaba a su alrededor, el que la separó. Quizás fuera la bruja del verano, con sus encantos y sus trucos. Quizás fuera el señor del otoño, que tan altivo y orgulloso las miraba. Pero por mucho que lucharon y que se enfrentaron a sus enemigos, nada lograron.

La sombra del frío se cernía sobre ellas y no tardó en engullirlas, alejándolas tanto que ya nada podía volver a unirlas.

El corazón de la princesa sucumbió al invierno y se congeló de nuevo. Paredes de cristal gélido surgieron a su alrededor, construyendo una fortaleza inexpugnable sólo apta para valientes.

Y así volvió la princesa de hielo, dejando atrás el efímero sueño de la primavera.