Pero un lienzo no es nada sin un paleta con pintura. Cada uno tiene unos colores distintos. A unos les entregan tubos de todos los tonos que hay y a otros sólo les dan un par de tintes ya gastados. Nos entregan también pinceles. Grandes, pequeños. Sintéticos o de pelo natural. De mango de madera o de plástico. Usados o nuevos.
Cada uno empieza a pintar su lienzo en un momento determinado. Ninguna ocasión es mejor o peor, porque cada una especial. Unos lo empiezan con un color y no cambian de gama nunca y otros lo llenan de borrones y contrastes. Hay quien quiere pintar en el lienzo de los demás, con o sin éxito.
Hay lienzos que evolucionan de forma armoniosa, poco a poco. Los hay que son turbulentos y tormentosos. Hay lienzos que se parecen a su autor y otros que es imposible identificar. Al principio todo son bocetos y trazos sin definir, pero poco a poco las líneas se vuelven más gruesas, más decididas. Puede ser que sea al contrario y se empiece a pintar con fuerza y se vaya dejando, cada vez más marchito.
Los cuadros van tomando forma, unos muy pronto y otros nunca. Algunos se quedan a medio a hacer y otros están llenos de dibujos, de historias, de personajes y de fondos. Hay cuadros repletos de figuras y otros que no tienen ninguna.
Hay cuadros rasgados y otros cuidados con mimo. Hay cuadros tan antiguos como el planeta y otros que acaban de ser puestos en el caballete, listos para pintarse. Hay cuadros que se quedan a medio terminar y hay cuadros que no dan más de sí.
Los marcos que los rodean son tan distintos como los lienzos. Los hay presuntuosos y los hay humildes. Los hay llamativos y los hay discretos. Los ha grandes y pequeños. Estrechos o anchos. Brillantes u opacos.
Cuadros y marcos, marcos y cuadros. Lienzos y pinturas, pinturas y lienzos.
Y tú, ¿qué has pintado hoy en el cuadro de tu vida?