7 nov 2014

Wordvember 6.

Comenzó a dar vueltas como una peonza, haciendo que la falda de su vestido girase con ella y captase toda la luz de la habitación. Estaba preciosa, con el rubor justo en las mejillas, el tono perfecto en los labios, el aroma necesario detrás de las orejas y en las muñecas. Todo estaba en su sitio, desde el mechón suelto a propósito hasta la pulsera que adornaba su muñeca. El colgante que pendía de su cuello hacía juego con los pendientes que se mecían suavemente a ambos lados de su cabeza. El color de la tela hacía juego con el de sus ojos y hacía que un aura de perfección la rodease.

Aquella sería su noche, su momento, su recompensa. Iba a triunfar, iba a pisar el suelo con paso firme sobre sus preciosos zapatos de tacón. Todos se girarían al verla pasar, nadie podría resistirse. Estaba segura, confiaba en sí misma y no necesitaba más.

La música del lugar hizo que respirase hondo y echase los hombros atrás mientras estiraba la espalda y alzaba la barbilla. Había llegado su hora.

...


La sangre había teñido su vestido, arrebatándole toda belleza. Su piel se había quedado blanca y el maquillaje parecía una máscara grotesca. Las joyas ya no parecían adornos, su postura era extraña y no parecía natural. 

Su expresión, por el contrario, era la definición perfecta de maravilla. Un cuadro hecho carne, un cadáver de ensueño.

Los cortes en sus muñecas eran limpios, los había hecho con cuidado y exquisitez, pensando en el efecto que quería causar, en la imagen de su cuerpo en la bañera.

Porque la muerte es un arte y para morir con elegancia no sirve cualquiera.

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