12 nov 2014

Wordvember 11.

En el lugar más insospechado y en el momento que menos esperas, puede surgir la magia.

El día amaneció gris, plomizo y triste. El flequillo había levantado una barricada para alzarse contra su dueña y el cierre de un colgante decidió romperse justo antes de salir de casa. Al menos el tren salió a tiempo, pero no así el autobús, que decidió cerrarle las puertas en la cara. Y en ese instante en el que se giró para ver como el tubo de escape echaba humo con olor a burla lo vio. O mejor dicho, los vio.

Un par de ojos. Algo normal para cualquier persona, pero no en este caso. Una mirada profunda llena de historias que contar y de canciones que cantar. Azules como el mar y verdes como la hierba. Esos ojos tenían todo lo que alguien podía soñar. Todo lo imaginable en un mundo gris.

Pero los perdió de vista. Caprichoso destino el que los separó, caprichoso también el que los unió de nuevo, cuando parecía que aquella mirada había sido un simple sueño de primavera. Los volvió a ver, con las mejillas sonrojadas y una sonrisa tonta en la cara, pero pudo contemplarlos una vez más antes de que el día terminase. Y eso valió la pena.

Porque la magia está en esos detalles, en esos flechazos de un día que sirven para dormir mejor, para tener algo que contar y con lo que reírse. Porque la vida está hecha de esos pequeños detalles, de esas pequeñas anécdotas. Esas situaciones son las que nos hacen crecer, las que nos hacen madurar, las que nos hacen ser lo que somos. Personas con una historia, con unos sentimientos, con unas inquietudes, con problemas, pero también con soluciones.


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