4 nov 2014

Wordvember 3.

Estás frente a mí, desnuda, imponente y divina. Pero a la vez tímida e inocente. Me acerco despacio, con el mismo temor que veo en tus ojos. Mis manos tiemblan y mis piernas amenazan con no ser capaces de sostenerme. Recorro tu rostro con un dedo ligero y una sonrisa tonta. Me río y agacho la mirada, buscando un escondite que no existe. Suficiente.

Tu cuello es ahora mi refugio y tu respiración se convierte en la banda sonora perfecta. Tus manos bailan sobre mi cuerpo y mis labios danzan sobre tu piel. Un poco más deprisa.

La cama nos recibe, sencilla y cómoda. Las sábanas se enroscan a tu alrededor como serpientes de lujuria. Me convierto en una gata y ronroneo mientras te siento. Descubro rincones mientras tú exploras a tu ritmo. Poco a poco.

Tomas el control. Me dejo llevar. Ya no hay nervios, sólo tú y yo. Tus pechos me tientan. Tu vientre me llama. Tu boca me hipnotiza. Demasiado.

Ya no hay marcha atrás. El punto de no retorno. No hay frenos. No hay límites. Sólo tú y yo. Nuestros cuerpos. Nuestras almas. Me deseas. Te necesito. Siempre.

Dame más. Así. Sin más. Ahí. Sí. No pares. Vocales desordenadas. Tu melena en mi espalda. Mi respiración entrecortada. No te separes. Te mueves. Me retuerzo. Gritas. Te beso. Finalmente.

Abro los ojos. Mi diosa no está.

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