19 mar 2012

Instintos

Lo empujó con fuerza sobre la cama. El dosel se tambaleó cuando su espalda impactó contra el colchón. 

Él sacudió la cabeza incrédulo. 
Ella sonrío pícara desde el alféizar al tiempo que dejaba caer su vestido. 
Él la miró embelesado. 
Ella se acercó lentamente hacia el lecho, contoneándose al ritmo de la inexistente música. 
Él se incorporó. 
Ella se mordió un labio, tiñendo de carmesí su blanca y brillante dentadura. 
Él la agarró con firmeza y la atrajo hacia sí. 
Ella dejo escapar una pequeña carcajada. 
Él deshizo con avidez los lazos de su corsé.
Ella dejó caer su rizada melena oscura desatando la trenza que la atrapaba.
Él recorrió su pálido cuerpo con las manos.
Ella se dejó hacer.
Él se dejó llevar.
Ella lo invitó a tumbarse.
Él accedió hipnotizado.
Ella lo observó detenidamente, posando la mirada en su cuello.
Él gruñó de placer.
Ella posó sus labios en su cuello. 
Él gimió.
Ella clavó sus uñas en su espalda.
Él gritó.
Ella disfrutó.

La sangre todavía asomaba por la comisura de sus labios, así que se relamió con gusto antes de clavar la cabeza de aquel joven en esa lanza.

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