5 mar 2012

Allí estaba el vestido. Perfectamente planchado y almidonado. Los zapatos de tacón descansaban junto a él. El bolso pertinente reposaba en la mesa. Los pendientes y la pulsera estaban en la mesilla de noche. Todo su cofre de maquillaje estaba preparado y su pelo elegantemente recogido.

Pero a pesar de todos los preparativos, de la ropa interior nueva, de las medias con liguero que tan cuidadosamente se había puesto, del perfume que estrenaba y de las sesiones en el centro de belleza no se veía con fuerzas.

Se tumbó en la cama y encendió su equipo de música. Las notas comenzaron a inundar la casa al tiempo que ella cerraba los ojos y recordaba. Recordaba todos los momentos junto a él, las risas, los abrazos, las confidencias, los juegos, el cariño, las fiestas...

Siempre habían estado unidos, pero desde hacía algún tiempo una persona se había interpuesto entre ellos. Bien era cierto que gracias a esa aparición a él se le veía mucho más feliz, más ella notaba que era una felicidad vana, caduca, sin consistencia ninguna. Aunque estaba muy preocupada por él no había sido capaz de decirle nada y sólo había podido ver como día tras día se alejaban el uno del otro.

Hasta que llegó la invitación. El rectángulo beige de cartulina estaba clavado en su corcho con una chincheta roja. Ella nunca pensó que fuese a estar invitada al evento en cuestión, así que dos meses  atrás se había armado de valor y en una tarde había fundido su tarjeta de crédito para poder estar presentable aquel día. Y ahora no era capaz de vestirse y llamar a un taxi.

Abrió los ojos, tomó aire en una profunda inspiración y se incorporó. No tenía más que media hora para conseguir un aspecto digno sin llegar tarde a la ceremonia.

La media hora se alargó hasta ser una y el tráfico hizo lo propio con el taxi. Llegaba tarde, muy tarde. Sabía que todo el mundo estaría sentado, observando a la feliz pareja. Llegó a la iglesia, se bajó del coche, dio unos pasos, se quitó los tacones, se levantó el vestido y corrió hacia la entrada. Se volvió a calzar, se atusó un poco y abrió las puertas con un sonoro ruido. Todo el mundo se giró para observarla, todos, incluso él. Carraspeó un poco, y con la voz que le había faltado durante los últimos meses dijo:

-Lo siento, pero no puedo permitir que la persona a la que amo se case con la mayor zorra que jamás he conocido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario