21 feb 2012

Pasión muda.

Su brazo agarró con fuerza su cintura haciendo que ella se tuviese que poner de puntillas. Sus rostros estaban a unos pocos centímetros. Ambos podían sentir sus respectivas respiraciones, entrecortadas, jadeantes.

Ella cerró los ojos y dejó caer su cabeza hacia atrás, moviendo una larga cortina de oscuro cabello. Él cogió su cuello con la mano que tenía libre y posó sus labios en los suyos, suavemente, como una pluma que cae.

Aquel roce hizo que ella se estremeciese. Sus piernas comenzaron a temblar y apenas podía tenerse en pie, pero él la sostenía. Se sentía segura rodeada por aquellos brazos, envuelta en aquel abrazo.

La sutil caricia del principio dio paso al hambre y a la pasión. Sus labios ya no se rozaban, se fundían una y otra vez, buscando desesperadamente el aliento del otro. Las manos ya no se mantenían quietas, recorrían sus cuerpos con vehemencia, buscando rincones prohibidos.

El vestido de ella cayó sin que se diese cuenta, la camisa de él desapareció, los pantalones rodaron por el suelo, sus pies descalzos sentían el frío mármol de la terraza. 

Nada les importaba, se tenían el uno al otro. Estaban cerca, muy cerca, sintiendo sus cuerpos, rozándose, tocándose, bebiéndose, sintiéndose, disfrutando, dejándose llevar por la pasión contenida desde hacía meses. Eran una sola alma que trataba de fusionarse en un único cuerpo.

El lugar estaba rodeado de un frondoso bosque que dotaba al momento de una asombrosa intimidad. Nadie los podía ver, nadie oiría sus gemidos y sus jadeos de placer. 

Sólo la Luna era testigo de su amor.

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